miércoles, 26 de diciembre de 2007

Dirección espiritual.- Antonio Esquivias

Introducción

Adjunto un escrito que escribí en el año 1998, como respuesta a un guión sobre la dirección espiritual que llegó en octubre de ese mismo año desde la dirección espiritual de España (El guión se llamaba «Sobre algunos aspectos de la charla fraterna», y tenía fecha de 1-VI-98, aunque llegó como digo en octubre). Previamente yo había tenido unas 6 a 8 conversaciones con Rafael Salvador, a la sazón miembro de la Comisión de España, porque tenía serias objeciones a cómo se lleva la dirección espiritual en el Opus Dei. El guión iba a dar respuesta, así me dijo, a todas mis objeciones y resolver mis dificultades,... la realidad es que las confirmó.

Aunque no acompaño el guión interno, que por un avatar personal desgraciado he perdido y que sería interesante, pienso que de todos modos el escrito, aunque muy técnico desde el punto de vista del derecho canónico, se entiende perfectamente y se puede seguir por las continuas citas en cursiva que se hacen del guión al que se refiere.

En la época en que elaboré este escrito tenía mucho contacto con Antonio Ruiz Retegui, de hecho nos veíamos todos los jueves para algo que él denominaba «una tertulia libre». Éramos un grupo de sacerdotes (cuatro o cinco) que hablábamos de lo que nos parecía bien, con la única condición de que eso fuese lo que realmente pensábamos. El punto de vista de Antonio sobre mi escrito partía de unas premisas algo diferentes, no en vano él era teólogo y yo canonista. Yo hablaba de la dirección espiritual y él partía de la confesión y de la concepción del sigilo: esa idea, tremenda, de que se contasen las cosas al sacerdote «fuera de la confesión», para poder hablar de ellas, hasta el punto que un sacerdote de la Obra debe negar la absolución a quien no cuente aquello de que se está confesando a los directores de la Obra. Con datos de partida diferentes las conclusiones son muy parecidas.

Después de recibir mi escrito Rafael Salvador me envió una nota para volver a hablar, yo ya no quise, me parecía superfluo, ya le había dicho todo lo que pensaba con claridad y el resultado era todo lo contrario, no vi que volver a hablar fuese a tener ningún fruto, así que se lo dije tal cual, y no fui.

Saqué el mismo tema con Javier Echevarría en una conversación de casi tres horas los dos solos, que tuvimos en enero del 2000, en Diego de León, 14, Madrid, alrededor del 10 de enero. Me llevé una decepción grande al comprobar lo impreparado que estaba. Si los últimos años había enviado varios escritos sobre la dirección espiritual, había tenido varias conversaciones con un miembro de la Comisión de España, etc., lo lógico era esperarse que ese tema saldría en la conversación. Tenía cuatro ideas ascéticas, carecía de respuestas mínimamente convincentes y, desde luego, ningún conocimiento de los derechos humanos. Lo único claro que saqué de la conversación, aparte de que me pidiese perdón por no haberme recibido antes, como admitió que era su deber, es que me consiguió la dispensa del sacerdocio en nada de tiempo, una vez que la dispensa llegó a Roma: 3 meses. Cuando me amenazó con que mi decisión de pedir esa dispensa pesaría sobre mi conciencia, estuve en condiciones de responderle que sobre la suya pesaban ya y seguirían pesando en adelante, todas las conciencias presionadas por seguir la praxis de la Obra.

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